domingo, 29 de diciembre de 2024

Espacio Gallicchio (29 de Diciembre de 2024)

 

ESPACIO ANTONIA FRANCISCA CAPUTO DE GALLICCHIO. 

2024. Diciembre 29

“Deo Gratias por mi colegio San Román, que cumple 25 años de existencia” … “y gracias, mi Dios, por permitirme después de veinticinco años seguir leyendo en los ojos de mis alumnos, porque esos ojos adolescentes, a pesar de todas las alienaciones, de todo el avance técnico, de todos los extravíos del mundo, no han aprendido a mentir”. Discurso de 1979, Bodas de Plata.

 


BAR LA POESÍA

La tortilla se iba acabando, como los aperitivos que se habían pedido ese mediodía, en un café notable del Barrio de San Telmo, rodeados de turistas, la conversación iba desentrañando secretos e intimidades.

Alguien recordó que muchas veces las decisiones abren caminos, y que en algún momento la sincronicidad puede mostrar la posibilidad de enmendar el resultado de esa decisión, aunque los muy pocos puedan percatarse de esa señal. Unas selfies que se toma una pareja de turistas distrae la conversación que se enreda en anécdotas cotidianas.

La noche avanza sobre una ciudad donde la mayoría de los hogares está en el ritual diario de la cena, las distancias se consumen para un auto que busca la tranquilidad de una mesa servida con una comida humeante y sabrosa, los niños jugarán mientras los mayores comentarán algo, un televisor prendido dejará caer alguna imagen.

Ya pasó la exposición del nuevo programa de estudios, la nueva currícula que ambiciosamente, reduce la carrera que se cursa en la universidad donde doy clases, una actualización que tardó 27 años, para una carrera donde gerenciar el cambio es la salida laboral esperada; como enseñar algo que ha permanecido inmóvil durante décadas; más allá del esfuerzo personal por no perder vigencia frente a unos alumnos y las propias exigencias.

Establecidos los propósitos de la reforma, nos proponen formarnos en grupos a fin de debatir una temática simple: elegir dos acciones que nos propone ese desafío. Me asignan el número 7, esa será mi grupo, nos presentamos; una profesora que se sienta frente a mí, en ese idílico círculo áulico, nos comentará su nombre, la materia que dicta, y que su fuente de ingreso es la Sanación; cada uno a su turno, hará lo mismo. Sanación me quedo pensando, mientras debatimos las acciones. Puesta en común que luego expondrá cuando nos toque el turno.

La dinámica es dirigida por un experto en dinámica de grupos, compré su libro hace casi 30 años, quizás los mismos que duró el viejo plan de estudios, la pelota vuelve a cada uno de los grupos, donde haremos el cierre de la jornada, la consigna, es describir que sensación emocional nos produjo esta jornada.

Volvemos a conformar ese círculo que nos aleja del resto de los profesores, si bien todos hablan, no se nos hace difícil intercambiar opiniones, tenemos 2 minutos, un profesor habla de motivación, otra profesora comenta expectativa, yo me centro en la palabra sanación; le pido disculpas a la profesora que menciono que era su fuente de ingreso, por hacer esta asociación libre, porque sé que para ella, no es una palabra menor; me tomo unos segundos y digo que estamos sanando todas aquellas heridas que se habían producido, no solo por la pregunta de algún alumno respecto de la antigüedad del programa, sino por todas las veces que nos habíamos preguntando antes de iniciar una clase, si lo que estábamos por enseñar no era ya obsoleto; se hizo un silencio. Y cada uno del resto de las y los profesores, dijo lo suyo. Luego vino el turno de exponerlo al resto, y extrañamente o no, el experto se sorprendió por la palabra elegida, no la dejó caer.

Termina la jornada, me saludo con profesores que no veía hace años, me abrazo un profesor que fue ayudante de Administración Financiera, una de las 3 materia con las que me recibí, y que recordaba mi militancia política de ese entonces. 

Voy caminando por una facultad vacía, es semana de finales, y de cierre de notas, afuera en la Plaza Hussey se festejan los nuevos graduados, desde allí llega el bullicio. En ese caminar lento, me cruzo con una familia que lleva el marco de un cuadro, donde se sacarán las fotos de la reciente contadora, lleva el mismo vestido amarillo, que la turista que este mediodía se sacaba una selfie en la mesa contigua, mientras esperaban a una pareja amiga que se había quedado comprando peluches en un negocio cercano. Volví a mirar el plato, solo quedaba un bocado de esa tortilla ibérica que habíamos pedido, habíamos sanado parte de las heridas que traemos en la crianza de nuestros hijos, en las mil y una pregunta que nos hacemos sobre nuestro rol paterno, si hemos estado a la altura de tan magna tarea; y como nos afectaron las expectativas que tuvimos y la realidad que vivimos. No son nuestros hijos, son los hijos de la vida, ellos sabrán transitar su camino; agrego que solo espero que entiendan que todo lo hicimos por amor, aunque me haya equivocado. 



Texto de Gustavo N




Compartimos un texto de un amigo en común. 

EN EL BAR

En mi propio mundo. 

Sin importar lo que suceda alrededor, solo escucho lo mínimo necesario para no desconectarme de la sociedad. De repente, algo interrumpe mis pensamientos, llamándome la atención: 

Es un mozo. Está recostado levemente sobre el mostrador. Levanta su espalda encorvada. Con la mano izquierda sostiene una bandeja. El café se ve humeante, como una pieza única y valiosa. Es llevado por él con la dignidad propia de un caballero. 

Mis ojos deciden posarse en la escena. 

Una pareja está en silencio y agradece con un gesto la interrupción del mozo. El clima es demasiado denso para que existan las palabras. Están en dimensiones diferentes. No se miran. No pueden abrirse siquiera al contacto humano necesario y vital. El mozo sigue allí, expectante: 

- Se están perdiendo de disfrutar y disfrutarse. No observan el dibujo de crema en la superficie del pocillo. Es el autógrafo de una obra única. Dice, en voz alta, sin ser escuchado.

Vuelvo a mi mundo. 

Percibo cómo cada uno sigue en sus problemas y preocupaciones, desnudando intimidades o compartiendo soledades. Compruebo que no ven que ese mozo es diferente y que tiene algo para enseñarles. Me pregunto: ¿Se perderán, también, momentos de la vida por estar enredados en cuestiones menores sin darse cuenta de que la felicidad pasa por sus lados?

Siguen en los pequeños mundos. Un individualismo que los asfixia más cada día.  Me permito una reflexión: Somos humanos cuando vemos al otro, cuando empatizamos con el otro. 

Es hora de irme.

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